Los mismos cabrones de siempre




La historia fue popular en su día. Estaba el entonces entrenador galés del Real Madrid de fútbol, John Benjamin Toshack, explicando cómo intentaba paliar la crisis de resultados del equipo. Dijo algo así cómo: "Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves pienso que algunos no lo hicieron tan mal y que cambiaré a cuatro, el viernes ya son solo dos, y el sábado pienso que tienen que jugar los mismos cabrones de siempre".

Algo parecido le está pasando a Tyronn Lue, entrenador de Cleveland Cavaliers estos playoff de la NBA. Después de una temporada convulsa, donde se cambió medio roster a mitad de temporada (salieron del equipo Dwayne Wade, Joe Crowder, Isaiah Thomas, Derrick Rose, Iman Shumpert y Channing Frye y llegaron cuatro jugadores de diferentes aptitudes y actitudes Jordan Clarkson, Larry Nance Jr., Rodney Hood y George Hill), las sensaciones que transmite el equipo siguen siendo irregulares.

La franquicia realizó un movimiento radical buscando apaciguar a un Lebron James desesperado, deshaciéndose de un roster pasado de vueltas, veterano, lesionado y con evidentes problemas de coexistencia, para hacerse con uno más atlético, desacomplejado y con hambre de playoff. Sobre el papel, parecía buena idea. A Cleveland le había faltado fuerza en la pintura, ritmo de juego y defensa y le había sobrado jugadores sobando la pelota. A su manera, cada nueva pieza venía a solventar alguno de estos problemas.

Lo que en un principio parecía un conato de reacción, durante la racha posterior al traspaso, se ha ido diluyendo con el paso de los partidos, la baja temporal del entrenador y la llegada del momento cumbre de la temporada. La exigencia de los playoff han revelado las costuras de un equipo fabricado a contrarreloj y con las piezas disponibles en el mercado. Ni Hood (11 partidos de experiencia en playoff), ni Clarkson (0) ni Larry Nance Jr. (0) han tenido un impacto notable en la serie contra Indiana. Solo Hill se ha mantenido bastante tiempo pista, pero incluso él fue relegado de la titularidad durante los últimos partidos del cruce.

Su recurso favorito de la temporada es también el favorito de James estos Playoff, imparable cuando ataca el aro. 


Así, carentes de continuidad e intensidad en el juego, con un tiro exterior deficiente y problemas para contener a los interiores rivales, las habichuelas se las ha terminado jugando James junto al veterano Kyle Korver, el irregular Kevin Love, el ya no tan díscolo JR Smith y un renacido Tristan Thompson, a la postre la pieza fundamental para seguir vivos en la competición. Exactamente las mismas figuras principales que disputaran en junio de 2017 la final de la NBA frente a Golden State Warriors, con una única excepción, la del prófugo Kyrie Irving.

Ese déficit de competitividad del que cabe concluir que tanto el plan A como el plan B de la franquicia para sustituir el talento del australiano han fracasado. Ya sea por falta de tiempo -los Cavs son un proyecto maduro, incapaz de atender al futuro- como por falta de química, el equipo ha ido refugiándose en el talento de James, cargándolo de minutos, responsabilidades y funciones en la pista. Pero ni siquiera un superatleta como él, que por números y por convicción propia están en la mejor temporada de su carrera, ni su inagotable muestrario de recursos pueden propiciar lo que sería un auténtico milagro. Seguir jugando así y llegar a las finales. Los Cavs parecen a años luz del baloncesto moderno de Golden State Warriors o Houston Rockets, o incluso del estudiado equilibrio de los Raptors. O Lue va sobre la marcha obligándose a acomodar sus nuevas piezas o James acabará exprimido, extasiado y lo que es peor, mentalmente agotado. Con los mismos de siempre ya no da para ganar un anillo.

Los Cavs no sólo están jugándose su supervivencia en playoff, también su futuro como franquicia. Después de James, ya nada será igual.


  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tenemos que hablar de Kevin

10 reglas de oro para jugar al Street Basketball

Carta abierta a Russell Westbrook: No importa, fracasa más, fracasa mejor